“En 2017 la palabra sororidad fue googleada tres veces más que el año anterior. En el 90% de los casos, para buscar lo que significa”.
“Divide y reinarás”, exige la máxima patriarcal. Mediante esta vía intentaron separar a las mujeres, haciéndonos creer que la peor enemiga no era un sistema opresor ni un femicida, sino las otras mujeres. La fragmentación de la identidad femenina y la competencia son los pilares fundamentales del patriarcado, la manera en que se reproduce y mantiene a lo largo de los siglos. Hoy las mujeres rompemos este “pacto” del que no hemos sido parte y exhortamos a nuestras compañeras a construir nuevas relaciones, y con ello, inevitablemente, un nuevo mundo.
Un origen múltiple
Sororidad es la palabra en español que se le ha dado a un sentir específico presente en todo el mundo. Viene del latín soror, sororis, como una contraposición a la “fraternidad”, que sería de alguna manera la hermandad masculina. Sororité en francés, brillando en las revoluciones lideradas por mujeres. Sororitá en italiano, sisterhood en inglés, con el gesto inequívoco de Kate Millet, quien propuso esta idea de hermandad femenina anexada a la lucha por los derechos. Ya lo decía Millet: “Lo personal es político”. La relación con nuestras amigas, hermanas, compañeras, también es político. Es también el affidamento del Colectivo de la Librería de Mujeres de Millán, encarnando una idea de reconocimiento y simetría entre unas y otras.
Desde la filosofía y la teología, pasando por la sociología, la mitología y todas aquellas ramas de pensamiento que intentaron explicar el mundo y sus relaciones, lo hicieron desde la perspectiva universal. Es decir, desde la perspectiva masculina. Para los hombres siempre existió la fraternidad (frat, hermano), y las relaciones para con las mujeres no eran más que de sumisión. Jamás exploraron las relaciones entre las propias mujeres, quienes ante la adversidad encontraron una mano amiga en sus compañeras, en sus madres, incluso en desconocidas.
“Su contraparte masculino, fraternidad, apareció por primera vez durante la Revolución Francesa en 1789, apelando a la universalidad de los derechos y la hermandad. A pesar de la voluntad de igualdad ciudadana, sólo los varones europeos consiguieron ser reconocidos como sujetos políticos”.
La mirada del hombre sobre la mujer nunca está desjerarquizada. La mirada de la mujer hacia las mujeres es de igual a igual. Considerando siempre, por supuesto, la mirada del feminismo interseccional para entender que las mujeres también pueden abusar de su poder como personas blancas, de alta clase, o de ciertas etnias. Pero, en general, se han registrado historias ancestrales de hermandad femenina que permitieron la salvación de una vida o la continuidad de una tribu.
De hecho, la sororidad implica la hermandad femenina en un contexto de profunda violencia patriarcal. Significa consolarnos, acompañarnos y empoderarnos mutuamente en un mundo donde nuestra rivalidad resulta altamente beneficiosa. Los sectores más reaccionarios del patriarcado dan cuenta de esta ira contra nuestra hermandad cuando azotan al feminismo y generalizan a las mujeres que lo integran, quienes son, ni más ni menos, mujeres hermanadas. Son esas mismas mujeres hermanadas las que representan el miedo mayor del macho: un colectivo que lo desafía, lo interpela y lo obliga a saltar de su lugar de poder.
El hueco en el lenguaje
Su origen en la historia no coincide con su aceptación en la lengua oficial, lo que prueba la infinidad de vacíos que presenta el idioma que hablamos día a día y que moldea nuestro mundo.
“El término “sororidad” fue aceptado en la RAE en 2018, a pesar de que el feminismo comenzó a usarlo en el lenguaje académico e informal mucho antes”.
El término fue incorporado a la Real Academia Española apenas en 2018. Se definió como “agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo”. La RAE tiene el toque de patriarcado regulador de los sentidos, tal vez por eso explique porqué tardó décadas en incorporar un término que el feminismo académico y la praxis venían acuñando de manera coherente.
Para la Fundeu (Fundación del Español Urgente), el término es válido desde 2016, cuando se realizó una recomendación lingüística para su incorporación. “Vimos que en los medios de comunicación empezaba a aparecer esa palabra vinculada a noticias sobre feminismo”, explicó la filóloga y lingüista Judit González. Justifica su uso plenamente ya que “llena un vacío léxico”.
Su aceptación lingüística representa la necesidad de poner en palabras precisas las vivencias cotidianas. Palabras mucho más degradantes e informales encontraron su lugar en la RAE antes que “sororidad”.
El primer registro escrito del término, hasta donde se ha estudiado, data de 1921. Motivado por el mismo vacío léxico, el escritor español Miguel de Unamuno hace uso del término en su novela Tía Tula. Al margen del sentido feminista, el escritor optó por un concepto que representara a la hermandad femenina, más allá de la histórica “fraternidad” masculina.
“¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano. Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano, y Antígona era soror, hermana. Y convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina”.
Más tarde, Kate Millet utiliza el término inglés “sisterhood”, en los míticos años 70’, tiempo en comenzó a ponerse nombre a lo aparentemente inexistente. Uno de los escritos más famosos de la época fue la antología poética “Sisterhood is powerful”, que reunió las voces de mujeres hasta entonces marginadas. La hermandad existe. Hoy la nombramos. Y es poderosa.
En América Latina, fue Marcela Lagarde la que exploró el término y lo usó por primera vez en español: “Encontré este concepto y me apropié de él, lo ví en francés, ‘sororité’ y en ingles, ‘sisterhood'”, explicó.
Lagarde la define como “una forma cómplice de actuar entre mujeres” y una “propuesta política”. Ser sororas implica mucho más que hermanarnos como amigas; es una respuesta colectiva a las violencias impuestas, una visión alternativa del mundo, una ruptura con la división central del patriarcado, y a la vez, una profunda unión.
¿Nuestra peor enemiga?
“La peor enemiga de una mujer es otra mujer”, reza el dicho popular. En la cultura nos topamos con imágenes de mujeres que se odian por compartir ambiciones, deseos o incluso el amor de un hombre. El patriarcado ofrece una narrativa sobre la feminidad como una forma de ser natural y estática en la que nos presentan malas, excesivamente irracionales, manipuladoras, competitivas y superficiales. Hay que estar a la defensiva porque la otra mujer puede ser más atractiva, más exitosa, más delgada, más inteligente. Patriarcado y valores capitalistas: una combinación explosiva.
Si rastreamos los puntos claves de esta narrativa (desde la literatura hasta la mitología), nos encontramos con historias similares: mujeres que luchan contra otras mujeres por ideales que, en un análisis más profundo, ni siquiera implican un crecimiento auténtico. En la literatura, en la televisión, en los cuentos las mujeres pelean por ser la más joven, la más bella, por tener el amor de un hombre: valores patriarcales que no responden a la variedad de deseos que las mujeres tuvieron durante la Historia. Las mujeres quisieron escribir, armarse en combate, pintar, dirigir naciones, instruirse, liberar pueblos. Cabe preguntarnos si el deseo del príncipe azul fue una apuesta legítima o una ficción impuesta.
En el año 200, la escritora y política española Carmen Alborch publicó el libro Malas: rivalidad y complicidad entre las mujeres, en el que exploraba la raíz de esta supuesta enemistad natural.
“Nos hicieron creer que éramos enemigas por naturaleza de la misma manera que quisieron que creyéramos en nuestra inferioridad natural”, sostiene Alborch. Explica que ronda una idea de que las mujeres “son más malas, críticas y retorcidas. Es una barbaridad del sistema patriarcal que nos dice indirectamente que ellos son mejores, que ellos van de frente y nosotras no”.
Pensemos en los ejemplos: La madrastra que odia a Blancanieves porque es más joven, las peleas “femeninas” en Mean Girls, los maquillajes de Cosmopolitan para “darle envidia a tus amigas”, la obsesión mediática que se instaló en la “pelea” de Jennifer Anniston y Angelina Jolie por el amor de Brad Pitt. Hasta la primera: Eva, la tiró abajo el paraíso.
Para Nerea Pérez, periodista y feminista, española, la ausencia de imágenes de sororidad en la cultura es alarmante, mientras que en la cultura masiva se ve con gran frecuencia un sinfín de valores relacionados a la amistad y la lealtad entre varones. “El lenguaje ha invisibilizado el grupo femenino y la hermandad entre mujeres”, comenta.
Somos representadas como enemigas naturales, dueñas de una personalidad detestable e irracional. Si bien esta idea puede habernos afectado en la construcción de nuestras relaciones interpersonales a lo largo de la vida, ¿realmente es así?
“Amiga, ¿llegaste bien?”
¿Cuántas de nosotras reconocemos esa frase? “Amiga, ¿llegaste bien?” es el epítome de la hermandad femenina. Implica cuidado hacia la otra y el reconocimiento de un peligro inminente. Si nuestra amiga salió de casa y al pasar las horas no contesta, una de las primeras escenas que se nos viene a la mente es su fotografía en los carteles de desaparecidas o la noticia de su femicidio.
Con un femicidio cada 26 horas, aprendimos a tejer estrategias de cuidado, de alerta; el patriarcado no descansa, y nuestra amiga, hermana, novia, podría ser la próxima. Además, desde tiempos inmemoriales la amistad femenina es un refugio, ¿quién no recuerda las sesiones de juego con las amigas de la primaria, las risas, las charlas de “mujeres”? Hoy la amistad es mucho más política: con las amigas salgo a tomar y con las amigas salgo a marchar. El feminismo en las calles permitió consolidar los vínculos con otras mujeres, pero la sororidad estuvo siempre ahí, aún sin ser nombrada.
Vivir siendo mujeres nos permite, de alguna forma, entender en carne propia los miedos y deseos de la otra. Por eso el “¿llegaste bien?” es absolutamente recíproco. No puedo olvidarme de avisarle a mi mejor amiga que llegué porque se va a preocupar, lo sé porque yo también me voy a preocupar si ella no me avisa.
La sororidad es el cimiento sobre el que reposa la continuidad de la vida de las mujeres en tanto individuos y en tanto comunidad. Incluso en actividades perpetradas por el patriarcado para mantenernos a raya, como la exclusión en el espacio doméstico, llevó a generaciones enteras a encontrarse con sus pares, a comenzar a discutir el germen de un movimiento imposible de borrar.
Si pudiéramos registrar sus demostraciones, nos encontraríamos con que excede lo meramente político y social, tendríamos que hacer un registro minucioso de todas las veces que una mujer nos salvó, yendo en contra de todo mandato.
El sentido político de la alianza: agenda feminista
La sororidad puede más de lo que imaginamos. Lagarde la enmarca dentro de la agenda de las mujeres, una agenda “histórica, compleja e integral, holística”, que sin embargo, tiene una función prioritaria: desmontar los poderes de dominio, la sexualidad expropiada y la expropiación del trabajo y de todos los productos y las creaciones de las mujeres”.
La antropóloga mexicana hace referencia a la sororidad como pacto inapelable para recuperar la humanidad de las mujeres. Si el arma más eficaz del patriarcado es la enemistad femenina, la sororidad es la vía para hacerlo caer. En este sentido, reconocernos como sujetos con una ciudadanía política activa y en detrimento de la misoginia interiorizada, propone un horizonte distinto.
Se trata de construir una nueva ética, una nueva mirada sobre los modos de vivir y de relacionarnos con otros y otras, esa hermandad que practicamos casi por instinto. Al respecto, escribe Claudia Korol:
“Feministas compañeras. Las que nos llamamos cuando no sabemos cómo seguir andando con las heridas abiertas. Las que nos acompañamos cuando no sabemos cómo hacer la denuncia en comisarías donde lxs canas se ríen de nosotras, en juzgados indiferentes, en medios de comunicación que nos invisibilizan o estigmatizan. Feministas compañeras. Haciendo el aguante en las duras y en las maduras. Escrachando a los feminicidas. Inquietando a los machistas [...] Audaces, valientes, tiernas, rabiosas, lúdicas, las feministas compañeras nos ayudaron alguna vez a salir del lugar de víctimas, para volvernos sujetas en la historia. Sujetas no sujetadas. Mujeres que recreamos la solidaridad, haciéndonos fuertes en el camino compartido. Mujeres siempre pero siempre al pie del cañón”.
Es imposible pensar un mundo feminista, un mundo horizontal, sin pensar en la sororidad. Incluso quienes la practican o la encuentran sin saber sus alcances políticos, están dando un paso adelante. Reconocerla, militarla, nos impulsa a todas a una alianza política -según Lagarde- “por la vida y la libertad de las mujeres”.